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Monasterio de Monsalud

Monasterio de Monsalud


Descripción

El Monasterio de Monslaud, en Córcoles, entre Alcocer y Sacedón, se ve desde la carretera y puede visitarse. Sufrió en el siglo XVI grandes reformas, hasta convertirse en casa grande y meta de peregrinaciones, llegando dos de sus abades a ser generales de la Orden Bernarda en los años 1596 y 1599, lo que habla de la importancia de Monsalud en la Orden. El elemento principal de su antigua estructura es la iglesia de estilo románico ponderada a lo largo de la historia por cuantos la han visitado. Su construcción es del siglo XIII, cuando ya había estallado en Europa el arte gótico. El románico de los bernardos cistercienses, es sobrio y de poca ornamentación. La iglesia posee tres naves muy altas, con su ábside y con su corona.  El otro enclave de verdadero interés de Monsalud lo constituye el claustro, que, siendo obra de la segunda mitad del siglo XVI, y por tanto de formas clásicas, sobre todo en sus arcadas externas, posee una estructura de gótico decadente en sus techumbres. Más información aquí.

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Fuera de ruta

Desde el monastrio de Monsalud, en Córcoles, se ve Sacedón, un pueblo geográficamente situado entre los embalses de Entrepeñas y Buendía, y tal vez haya sido el pueblo que más auge alcanzó con el desarrollo turístico en torno al ocio, los deportes náuticos y a la pesca. Es un pueblo de origen antiquísimo, famoso en otros tiempos por sus baños de aguas termales y curativas que tuvo en el poblado de La Isabela, a pocos kilómetros del municipio. Un balneario real en el que se construyó un pueblo de enormes dimensiones, gran lujo y muchos servicios. Durante siglos, los reyes y la nobleza asistieron a curar aquí sus dolencias. La Isabela acabó siendo tragada por el pantano de Buendía. En sus aguas se curó el Gran Capitán en el año 1512 y allí Fernando VII y su esposa Isabel de Braganza pasaron largas temporadas, debiéndose a ella la fundación del poblado, que contaba con 18 manzanas y un palacio. Fue declarado Real Sitio en 1826. En época de sequía, pueden verse los restos de sus sillares sobresalir por encima del agua.

En Sacedón llama la atención la torre cuadrangular de su iglesia de líneas clasistas. Sobre la cima de un cerro, llamado de la Coronilla, hay un monumento al Sagrado Corazón de 23 metros de altura, que recuerda la construcción de las presas en el año 1956, accesible en moto. Caminando por el camino hacia una ermita situada a cinco kilómetros pueden verse una de las mejores vistas de los embalses de Entrepeñas y Buendía, así como del Tajo a su paso por la falda del castillo de Anguix que hoy solo puede verse desde esta atalaya, ya que su acceso está vetado al estar dentro de una propiedad privada. La fortaleza conserva aún la prestancia que tuvo en tiempos. El castillo está sobre un cerro, en un agreste roquedal y por su construcción todo parece que se levantó el resto del edificio a partir de la torre. Aunque su origen es del siglo XII, sufrió una fuerte restauración en el XV, tomando la forma que tiene en la actualidad. Sacedón cuenta con una amplia oferta hostelera y de alojamiento. Nos vamos a encaminar ahora hacia Pastrana, nuestor próximo destino, dnado un pequeño rodeo que merecerá la pena.

Pasado Sacedón por la N320 en dirección a Pastrana nos encontramos con Auñón. La primera impresión de Auñón es la de ser un conjunto de casas colgadas de una roca, con una iglesia de grandes dimensiones presidiendo el otero. A las afueras del pueblo, pueden verse los restos de la torre calatrava del Cuadrón, también conocida como torre de Santa Ana, construida en el siglo XV. El paseo por este pueblo alcarreño es agradable. Desde sus calles se contempla una hermosa vega que en tiempos estuvo plagada de olivos. En cuanto al monumento más representativo, su iglesia, consta de tres naves y posee un bello retablo plateresco. También merece una visita la Casa del Comendador, hecha toda ella de sillar, durante el siglo XVI fue un convento de monjas clarisas fundado por el marqués de Auñón. Son numerosas las casonas nobles que pueblan las calles de este pueblo, con abundantes escudos en sus fachadas. A siete kilómetros se encuentra la ermita de la Virgen del Madroñal, patrona del pueblo, porque según la creencia popular en ese mismo lugar, encima de uno de los madroños, se apareció la virgen y comunicó a un pastor que quería que allí se le pusiese una ermita. Al cabo de los años el deseo fue cumplido y desde entonces los vecinos de Auñón se trasladan allí a ofrecer sus oraciones a la Virgen.

Desde Auñón nos dirigimos hacia Pastrana haciendo un alto en el camino en Fuentelencina. Para conocer este pueblo, que como su nombre indica es rico en agua y por tanto en vida, hay que hacer como hizo Manolete, el torero, dejar el vehículo y disfrutar del paisaje y del paisanaje. En agosto de 1946, Nueva Alcarria recogía en una crónica escrita por Eugenio Aguilar desde Fuentelencina, los quince días que el torero pasó en el pueblo junto a su novia Lupe Sino y sus amigos Juanito Padilla y Luchy Bronchalo. En ella, aseguraba el periodista que Manolete no era un hombre misántropo, como decían las crónicas, sino que compartía frontón y charla con todos los vecinos, se bañaba a diario en la poza de Valdefuentes, hoy conocida como la poza de Manolete y que al despedirse el día 22 de julio de 1946  “con su cordial sonrisa, fue estrechando la mano a aquella gente sencilla que se la ofrecía”.

Como vemos, el vínculo de Fuentelencina con los toros viene de lejos. No debe extrañarnos que unos kilómetros antes de llegar al pueblo hayamos visto, junto a la carretera, una finca cuidada, limpia y espectacular dedicada  a la cría de reses bravas y de caballos de raza árabe.  Al llegar al pueblo os sorprenderá la plaza Mayor, sus soportales y sobre todo el Ayuntamiento, uno de los edificios más característicos de la arquitectura civil alcarreña con una doble galería, edificado en piedra y madera y con una original portada partida por una columna. En el recorrido, no dejéis de visitar la iglesia y, en su interior, el impresionante retablo de Francisco Giralte, sin duda una verdadera joya.

En todos los libros en los que se menciona a Fuetelencina, el agua ocupa un papel protagonista. No hay más que darse una vuelta por la Fuente de Abajo para saber que el nombre del pueblo no es un capricho. Desde las inmediaciones de la iglesia se puede acceder a este curioso manantial que alimenta al río Arlés. La veis debajo de los muros del templo si os asomáis al mirador que da a la vega. Seis chorros de agua vomitados por cabezas de león tallados en piedra, arrojan al arroyo varias decenas de litros por segundo. Una riqueza incalculable que facilita la existencia de huertos a lo largo del cauce. La Fuente de Abajo está enmarcada por un recinto de piedra al que se accede por unas escaleras y donde también se encuentra el pilón del lavadero. Un ingenioso entramado de canales practicados en la piedra, parten del último de los caños, conocido como el de “los menudos”, y sacan su agua fuera del recinto. Allí es donde las mujeres lavaban las tripas de los cerdos en los días de matanza. El agua turbia de la sangre del animal no caía en los pilones y marchaba derecha al arroyo, ingeniería hidráulica popular. Aunque el origen de este complejo acuático parece ser renacentista, tanto en su composición como en su génesis se ve la mano de los árabes, que tanta impronta dejaron en los vallejos de la Alcarria. En sus inmediaciones hay  donde poder comer.

En Fuentelencina todavía se ven los restos de la Moracantana, mora encantada, un viejo torreón medio derruido en la ladera de un montecillo, donde se encuentran los restos de la vieja muralla que rodeaba el pueblo. Aunque sus orígenes bien pudieran ser cristianos, la tradición popular los relaciona con una leyenda árabe.